Entrevista de Jorge Eslava para el Diario La Nacion a Joquin Sabina



Entrevista Joaquín Sabina
"Últimamente ando obsesionado con Borges todo el tiempo"
El cantautor español habla de sus preferencias como lector y de su trabajo como escritor; evoca su amistad con Rafael Alberti y confiesa que llora cuando recita los versos de César Vallejo, uno de los poetas que más admira


Aguardo a Sabina en el bar de un hotel. Antes de iniciar la entrevista le anuncio que pretendo hablar sobre libros y su actividad como escritor. Masculla: "Vamos a un lugar más tranquilo". En el camino pide un whisky y un vino para mí. Mientras preparo la grabadora, aplasta un cigarrillo en el cenicero y enciende otro. Quiero saber si disponemos de tiempo. Consulta su reloj: "Por supuesto, la Jime se está acicalando para una fiesta". "Y tú, ¿ya estás listo?", le pregunto. "¡Hombre, yo más no puedo hacer!", exclama.

-¿Un cóctel molotov lanzado por ti en una revuelta estudiantil impidió que te convirtieras en profesor de provincia?

-Ese era mi plan de vida. Me gustaba la imagen machadiana de profesor humilde, y escribir los fines de semana novelas vanguardistas que nadie leería.

-¿Cómo fueron aquellos disturbios en Granada, antes de tu exilio en Londres?

-En la memoria parecen más de los que fueron. El antifranquismo en ciudades como Granada no era como se escribe, que el país estaba clamorosamente contra la dictadura; no, éramos 15 o 20 alrededor del Partido Comunista, que era el único movimiento realmente activo. Se llevaba a cabo el proceso de Burgos y recibimos una consigna: unos tirarían propaganda; otros, cócteles molotov, mientras dos o tres vigilaban. Todo muy ingenuo.

-Tú estudiabas Filología e integrabas el grupo de teatro contestatario "Juan Panadero". ¿Es así?

-Estudiaba Filología Románica, porque era lo más parecido a Literatura y en Granada no había esa facultad. Yo actuaba en el grupo de teatro, que era muy vanguardista. Leíamos en público a los poetas beatniks -que no estaban ni traducidos- y lo hacíamos con un acento ostentoso, botellas de vino y sentados por el suelo. Era muy post-Mayo del 68, en un nivel pobre, muy provinciano.

-Creo que en Londres continuaste con el teatro.

-Claro, con un grupo del mismo nombre. Allá hacíamos obras muy didácticas, para ser entendidos incluso por gente semianalfabeta.

-¿Tenía una orientación brechtiana?

-Exacto. De hecho, la primera obra que pusimos fue La excepción y la regla . Actuábamos en los círculos republicanos, comunistas y antifranquistas de antiguos exiliados y también de los nuevos exiliados de la migración económica de los años sesenta. Entonces había que rebajar el lenguaje para ser entendidos.

-Volvamos a Granada. ¿En la universidad fuiste compañero de la escritora Fanny Rubio?

-Sí... ella tiene algunos libros, pero es más una agitadora cultural. Realmente el novelista de mi pueblo es Antonio Muñoz Molina.

-De Úbeda, claro. ¿Eran amigos entonces?, porque él es algo menor que tú.

-No, nos conocimos a la vuelta de mi exilio. Porque a esas edades, entre los 18 o 19 años, un chico menor no existe. Aunque sí existo transversalmente en alguna de sus novelas y sobre todo aparece mi padre, que era el policía del pueblo.

-Bastante se ha comentado que tu padre tenía la orden de capturarte. Pero poco se sabe que él era aficionado a la lectura.

-Mi padre gustaba de la lectura, la zarzuela, el toreo y además escribía poesía muy rimada, bien medida pero sin sustancia. Teníamos una pequeña biblioteca en casa con libros de poetas decimonónicos como Gabriel y Galán y Campoamor, y que llegaba casi hasta los poetas del 27.

-Un admirado amigo tuyo, el poeta Pablo del Águila, se suicidó en el 68. ¿Cómo influyó eso en tu vida?

-Enormemente. Pero el impacto fue antes de morir, porque él me dio a leer Los versos de Capitán de Neruda, los Poemas humanos de Vallejo, Poeta en Nueva York de García Lorca. Fue para mí una experiencia deslumbrante, pues era una poesía que iba incluso más allá que la poesía de Machado. Era ligeramente mayor que yo, muy alto y escribía versos vallejianos. Fue mi primer maestro. Un tipo de una fantástica simpatía: entraba a una sala y cambiaba el clima.

-En 1986 tienes algunos recitales con el venerable Rafael Alberti y llegaste a ser amigo suyo. ¿Te gustaba como poeta?

-Es un maestro de la versificación y del ritmo, lleno de gracia andaluza, pero no es un maestro de la profundidad, con excepción del libro Sobre los ángeles. Además es el último de los grandes. Llegué a tiempo de tener amistad con él y tengo cartas muy bonitas que vienen todas en A la vuelta de correo .

-En una visita anterior compraste una edición príncipe de Residencia en la Tierra de Neruda. ¿Qué otros incunables atesoras?

-Cuando me quité de los bares, no de la noche -porque de la noche no me he quitado nunca-, cambié un poco de amigos y ellos vinieron a poner un hombro donde apoyarme. Allí empecé a vivir otro tipo de fraternidad; varios de ellos, Chus Visor y Luis García Montero, sobre todo, son muy bibliófilos y yo, que por temperamento soy adicto a las cosas, me puse a coleccionar igual que ellos y tengo maravillas: una segunda edición de El Quijote , todo Antonio Machado en primeras ediciones, el Romancero gitano de Lorca de 1928. Y por Vallejo, que es un poeta que me acompaña hasta hoy, he desarrollado una pasión bibliográfica en los últimos años. Ya había conseguido primeras ediciones de Poemas humanos , Los heraldos negros y acabo de comprar Trilce, en un estado espantoso; incluso tengo una carta manuscrita de Vallejo.

-¿Es todavía tu escritor de cabecera? ¿Qué te atrae tanto de él?

-Me sigue volviendo loco su tristeza, su no pertenecer a ningún lugar, su estar siempre fuera de sitio, su modo de inventarse un idioma que nadie sabe cómo lo hizo.

-¿Es verdad que lloras cuando lo lees?

-Me he vuelto bien llorón. No lloré cuando murió mi padre, ni cuando murió mi madre; hace mucho tiempo que no lloro por una chica y sin embargo, en los últimos años no puedo recitar a Vallejo sin llorar. No puedo. La verdad que no me preocupa, pero me crea problemas sociales. A punto me levanto y empiezo: "Considerando en frío, imparcialmente, que el hombre es triste, tose..." y a la altura de "lóbrego mamífero y se peina" estoy haciendo pucheros.

-Cuando nos conocimos, recitaste los versos: "Fue domingo en las claras orejas de mi burro, de mi burro peruano en el Perú (Perdonen la tristeza)". Esta última frase se ha convertido en el título de un libro sobre tu vida.

-Encargué hace poco a un pintor español muy bueno llamado Luis Hernández Castillo un exlibris y me dijo que había que poner un lema y le dije: "Perdonen la tristeza". Mucha gente cree que yo soy una persona alegre, pero soy dado a la soledad y a la melancolía, y cada día más. Vallejo me entiende como nadie. No soy biográficamente tan desgraciado, ni mucho menos, como lo fue Vallejo; a mí me han protegido los dioses paganos por muchas cosas que ni quise ni busqué...

-Hace algunos años se publicó un libro que muestra de Vallejo la imagen de un hombre con sentido del humor, dicharachero, chispeante con los amigos...

-He andado leyendo y sí, hay gente que lo conoció y dice que era un tipo alegre. Yo no lo creo. Lo que sé muy bien, porque lo conversé con Alberti y Gerardo Diego, es que cuando llegaba al café Les Deux Magots, en la Plaza Saint Germain des Prés, todos los surrealistas y españoles que andaban por ahí le huían porque llevaba tristeza. Y además iba siempre suplicante. En la carta que yo tengo dice textualmente: "No tengo dónde caerme muerto". Su dolor está en el alma y nadie va a convencerme de que era un tipo que andaba contando historias divertidas.

-A propósito de figuras tristes, ¿has leído a Julio Ramón Ribeyro, un espléndido prosista peruano?

-Ese sí tenía humor. Está en sus cuentos. Además era un hombre al que se lo había condenado a muerte y no quiso evitarlo: siguió tomando y fumando. Tuvo muy mala suerte con España, donde llegó a ser conocido un año antes de morirse. Vallejo ni eso... Aunque la tuvo un poco mejor, porque a pesar de que vivió todas sus desgracias, la Guerra Civil Española lo hizo volver a escribir y "España, aparta de mí este cáliz" fue escrito en ese incendio. Hay otro caso de la mala suerte en España: "los poetas líricos" -llamo así a mis amigos- decidieron consagrar a Blanca Varela con el Premio Reina Sofía y ella no se enteró.

-En 2006 ganó el Lorca y no pudo ir a recibirlo.

-Tal vez tampoco se enteró. Te contaré algo: leí a Blanca Varela para odiarla, porque en una famosa antología donde ella figura no están mis amigos... a mí me parecía una infamia. Así que la leí para odiarla y la amé. Una poeta tan esencial. Llegué a conocerla, hasta llegamos a intercambiar sonetos, pero no pudimos ser amigos porque ella ya estaba en ese trance.

Sabina dice: "Voy por otro whisky, ¿qué te pido?" y parte. Vuelve, se sienta y enciende un cigarrillo. El séptimo o el octavo. "Dijiste que fumabas con moderación", le digo. "Fue después del susto", me contesta, "pero ahora que he vuelto a escribir, volví también a desbaratarme".

-Hablemos de ti. ¿Otro cóctel cambió el rumbo de tu vida? Me refiero al accidente isquémico leve .

-Me la cambió para bien, eso quiero pensar. La cambió para seguir vivo y fue lo suficientemente leve para que no quedaran secuelas. No hubiera metido tanto la cabeza en la literatura -aunque siempre he sido un ávido lector- ni hubiera escrito libros, empezando por los cien sonetos. Después de eso, fui perdiendo la afición al escenario y estuve cuatro años sin siquiera imaginar ni querer subir. Ahora estoy un poco en las mismas; no estoy seguro de que haré más giras, aunque esta última ha sido muy feliz. Pero toda esa purpurina del escenario, de la fama, no me gusta nada.

-¿Lo has reemplazado por las conversaciones literarias con tus amigos escritores Benjamín Prado, Felipe Benítez Reyes, García Montero, Almudena Grandes?

-Hemos formado una colonia y nos vemos a menudo, incluso fuera de la ciudad. Ahora me he comprado una casita en la Bahía de Cádiz y ahí coincidimos todos los veranos, además de los que has mencionado, Pepe Caballero Bonald, Eduardo Mendicutti y hasta un torero, Rafael de Paula, otro loco y mítico que vive ahí.

-¿Y amigos escritores peruanos?

-Alfredo Bryce. Y estoy empezando a frecuentar a Fernando de Szyszlo y a Mario Vargas Llosa, por cuyas novelas y valentía civil siento admiración. Yo creo que Perú se perdió un gran presidente, pero hubiera dimitido al año porque no hubiera aguantado.

-¿Por qué decidiste encerrar en el soneto, en Ciento volando de catorce, tanta libertad e irreverencia?

-Había sectores poco frecuentadores de la literatura, de esos que no leen pero escuchan canciones, que me decían que yo era un poeta y no un cantante, que para cuándo un libro. Pensé que si hacía un libro muy trasgresor, sin rima y sin ritmo, iba a estar haciendo lo que esperaban de mí. Yo quería hacer algo de pedagogía y confié que en la forma clásica del soneto se podía meter vino nuevo en los odres viejos. Tal vez esos sectores podrían después atreverse a leer a Sor Juana Inés de la Cruz o a Quevedo.

-Un elemento fundamental en la poesía es la música. ¿Para un poeta es indispensable tener oído?

-Sí, aunque hay enormes poetas que no tienen oído. El más grande de todos, Neruda. Yo aprecio a Neruda, pero concuerdo con la opinión de Juan Ramón Jiménez que decía: "Neruda, qué gran mal poeta".

-Si te consideras más un contador de historias, ¿por qué no escribes prosa de ficción?

-Trocitos de prosa voy a empezar a escribir en el diario El País , lo cual me crea muchos problemas porque llevo tantos años haciendo canciones o sonetos, que cuando escribo prosa tiendo a que salga excesivamente rítmica. Creo además que soy escritor de corto recorrido, doy para los cien metros y no para el maratón.

-Benjamín Prado, que es gran amigo tuyo, escribe novelas breves a base de retazos...

-Me encantaría escribir una gran novela collage , semiautobiográfica y contaminada de todo tipo de material -de la vida cotidiana e incluso de los sueños-, pero no estoy seguro de ser capaz. Por lo pronto me probaré en El País , escribiendo cada domingo, me aterroriza... todo viene por un artículo que hice, muy corazonado, porque José Tomás me había brindado un toro dos minutos antes de que le dieran una cornada.

-¿Cómo escribes?

-Tengo dos momentos: uno, apasionadamente de inspiración, tal vez provocado por licores o por la noche o por los excesos que cometí en el pasado; pero luego soy un corrector minucioso y despiadado. Deben arrancarme los papeles de las manos. Eso ha cambiado ahora, pues llevo cuatro años escribiendo dos sonetos por semana para la revista Interviú y no tengo tiempo de corregir.

-Bukowski escribía borracho, luego corregía completamente sobrio y al releer advertía que sus textos quedaban muy controlados, así que volvía a embriagarse para someterlos a una segunda corrección.

-Algo de eso me pasa. A Bukowski lo conozco, me interesa pero me parece un escritor sobrevalorado. Me gusta más su maestro, el Miller de los Trópicos .

-Cuando escribes, ¿tu vida y tus lecturas giran alrededor de lo que estás escribiendo?

-Todo gira alrededor de lo que estoy leyendo, porque soy -la frase no es mía- muchísimo mejor lector que escritor. Últimamente ando obsesionado con Borges todo el tiempo, con el Borges poeta. He releído con enorme placer ese monumental libro de chismes de Bioy Casares.

-¿Escribes un texto sabiendo que formará parte de un corpus mayor?

-Nunca me pasó con las canciones y nunca me ocurrió con los poemas. Con las canciones pensaba que yo no sabía hacer discos alrededor de un concepto. Me gustaba crear para un cajón de sastre... solo una vez, yo tenía sesenta sonetos y como estaba convaleciente del ictus, Chus Visor y Luis García Montero me dijeron: "¿Por qué no los publicas en un libro?". Entonces pensé en hacer cien, porque me gustaba el título Ciento volando ...

-¿En el proceso de escritura tienes cábalas?

-No me gusta que suene el teléfono, que me interrumpan. Desde que vivo con Jime trabajo en casa, siempre de noche, siempre con whisky y cigarrillos, pero hasta los 50 años escribía en los bares, rodeado de gente pero solo.

-¿Integras alguna antología de poesía española?

-En una antología oficial, que marque una época, no. Pero sí en universidades, incluso extranjeras, han escrito tesis que no he leído nunca hasta el final porque me complican demasiado.

-¿Qué canciones tuyas crees que merecerían figurar en una antología?

-"De purísima y oro", "Contigo", "A la orilla de la chimenea", "Siete crisantemos", trozos de "Más de cien mentiras" -porque es demasiado desbordada- y dos de género policíaco: "El caso de la rubia platino" y "Ciudadano cero", que es de una frialdad casi matemática.

-¿Y "Sin embargo"?

-Esa, la primera de todas. Pero como canción, que puede permitirse el lujo de ser cursi; cuando mis amigos poetas quieren escribir una canción, se rebajan porque en el fondo de su alma hay cierto desdén.

-Pero a ti te encantan las canciones cursis...

-Claro, las cursis, sentimentales y lloronas. De ese lado hay dos, aunque no son mis preferidas: "Tan joven y tan viejo" y otra que es una especie de testamento, "A mis cuarenta y diez". Me gusta mucho "Ay, Rocío", una canción de amor paternal; en el próximo disco meteré una canción para mi otra hija: "Ay, Carmela".

Por Jorge Eslava
El Comercio, Lima/GDA

© El Comercio, Lima/GDA

Comentarios

josemiguel ha dicho que…
Muy buena;

es notorio lo poco que se sabe de literatura que los comentarios brillan por su ausencia.
se parece a la entrevista que le hizo gisella en Perú. plop!

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