HABLEMOS
Hablemos de eso que nunca hemos hablado,
de eso que intentamos cada vez… eso que te estruja y me re-estruja.
Y es que nunca hemos hablado. Estamos seguros de que no es necesario hablar ¿Para qué tanto hablar? ¿Tanto hablar para qué?
Hablemos. Dispersemos ecos monosílabos huecos por doquier
Como picantes soldaduras de cristal que arden para contener la lengua, que ruedan y suben por estas cuatro paredes blancas de tu castillo.
Hablemos de llaneros y duendecillos perdidos,
de hadas madrinas prostitutas que muestran como llegar a un planeta nuevo del libre albedrío.
Hablemos de la lengua que suele ser miserable a la hora de explicarse, o de las llaves escondidas de los idiomas… de las largas lenguas exploradoras sensibles a sutiles toques o de esas que no resisten cuando la saliva se endulza con el azúcar, descongestionando las presas salivarias.
Hablemos de lo que hay en los espacios vacíos que he alumbrado entre cada una de estas palabras, de los espacios y los lugares que siempre son vacíos, y llenamos con cualquier cosa; incluso con una lámpara de trementina para dar luz a esas noches que nos brinda el estado.
Hablemos de velas de cera que también dan luz, de velones y de la típica santería, de kilos de químico líquido inversores, invasores de esas inversiones y sigamos hablando de espacio… De los espacios que se llenan de sentimientos, de fotografías familiares, de dictaduras, aburrimiento, y dependencia. Son complejos como los días en que no estoy para nadie y para todos, en uno de esos estados métanme en todo, de mi carácter que se pudre en risas.
Hablemos de tiempo, la gente dice que pasa rápido y siempre está ahí… contándote. Pasa y se queda, viene y se va, es una especie puto campeón masoquista que al final acaba contigo. El mío fue un regalo anónimo no se si vino del cielo o de la quinta avenida pero tiene teléfono y me llama ahora esta aquí acercándose a mi, se inclina y me susurra.
Luego apaga la luz… mi luz.
de eso que intentamos cada vez… eso que te estruja y me re-estruja.
Y es que nunca hemos hablado. Estamos seguros de que no es necesario hablar ¿Para qué tanto hablar? ¿Tanto hablar para qué?
Hablemos. Dispersemos ecos monosílabos huecos por doquier
Como picantes soldaduras de cristal que arden para contener la lengua, que ruedan y suben por estas cuatro paredes blancas de tu castillo.
Hablemos de llaneros y duendecillos perdidos,
de hadas madrinas prostitutas que muestran como llegar a un planeta nuevo del libre albedrío.
Hablemos de la lengua que suele ser miserable a la hora de explicarse, o de las llaves escondidas de los idiomas… de las largas lenguas exploradoras sensibles a sutiles toques o de esas que no resisten cuando la saliva se endulza con el azúcar, descongestionando las presas salivarias.
Hablemos de lo que hay en los espacios vacíos que he alumbrado entre cada una de estas palabras, de los espacios y los lugares que siempre son vacíos, y llenamos con cualquier cosa; incluso con una lámpara de trementina para dar luz a esas noches que nos brinda el estado.
Hablemos de velas de cera que también dan luz, de velones y de la típica santería, de kilos de químico líquido inversores, invasores de esas inversiones y sigamos hablando de espacio… De los espacios que se llenan de sentimientos, de fotografías familiares, de dictaduras, aburrimiento, y dependencia. Son complejos como los días en que no estoy para nadie y para todos, en uno de esos estados métanme en todo, de mi carácter que se pudre en risas.
Hablemos de tiempo, la gente dice que pasa rápido y siempre está ahí… contándote. Pasa y se queda, viene y se va, es una especie puto campeón masoquista que al final acaba contigo. El mío fue un regalo anónimo no se si vino del cielo o de la quinta avenida pero tiene teléfono y me llama ahora esta aquí acercándose a mi, se inclina y me susurra.
Luego apaga la luz… mi luz.
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