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<<A los dieciséis años me importaba más el loco genial,

hermano de aquel Juan que traicionaron los pinos y el viento

en LOS ÁNGELES DE HUESO.>>

(Simplón) Hilma Contreras

<<¡Maldito espejo! Los altos del vehículo en los agujeros de las vías acabaron por vencerme. Apretujada entre hombres, bajo la mustia mirada de aquellos ojos de pavo-cagón que me abofeteaba el rostro atontado por la súbita revelación de los años olvidados, sin ínfulas ya, penetré penosamente e el sendero gris del invierno de mi vida.>>

(Mire, Mamita) Hilma Contreras.

Amanece, y el día nublado es como la sonrisa iracunda de una página en blanco. Miles de causas han pasado por estas líneas, pero quizás sea la ansiedad, la que al fin confirme el rescate de las sabanas.

Hubo un tiempo en que no sabía si las calles me recorrían a mí o yo a ellas, en ascuas. Más hoy, abnegada e insolente veo el tic tac de mis huellas que no se desvanecen, veo estos pies que no lloran, que no se cansan. Tras la cortina semi abierta y nauseabunda de un metro me exijo reacciones a mi misma; porque hay candados que no dejan sentir, hay particulas sensitivas que se pierden para siempre, cuando se curan heridas o se apagan hogeras.

La realidad es que hoy puedo llorar o mentir mucho... más prefiero llorar, porque soy fuerte, aunque desde el 23 me azote aquella melancolía de tenerlo todo y no tener absolutamente nada. Hoy cerrando capítulos de gente peculiar me dejo vivir en la selva sin importar que algo me rasguñe.

Con los letreros se cruza la libertad de las palabras, este ha sido el viaje más largo. Las montañas pasan veloces sin dejar de verme. Yo en cambio, no olvido su cara sobre la almohada y las luces callejeras traspasar la ventana. Aquí los espacios no tienen importancia más bien son como los murcielagos: negros, oscuros y fumadores de días. Las dos horas no pasan y la vida como ecuaciones matemáticas, retrógrada e implacable me brinda una mañana maravillosa de cumpleaños que embriaga con cada rayo de sol.